martes, 24 de septiembre de 2013

A TÍTULO PERSONAL: LA MÁSCARA EN LA LUCHA LIBRE



Por: Krudemmon
@krudemmon


Muchas veces por ignorancia o envidia, los detractores de la lucha libre gustan por atacarla con frases del tipo “es mentira, ni se pegan”, “la sangre es falsa”, y para los luchadores enmascarados “¿pues que esconden?” “De seguro le tiene miedo a algo”.

Nada más alejado de la realidad, la máscara en un luchador no es evasión, es la completa extensión del ser.

Pocas son las personas que se atreven a ser sinceras con lo que realmente sienten, piensan y hacen, “definirse es limitarse”. La máscara le permite al portador de la misma, ser “eso” que siempre ha querido ser y descubrir lo que en verdad es.

Existe una regla fundamental y no escrita para el mundo de la lucha libre. Al entrar a una arena todo lo que veas, oigas y sientas es completamente real, existe y es tangible. La psicóloga Guadalpue Hernández opina “Lo que hay detrás de cada máscara, es lo que el luchador trata de esconder, pero, en realidad, ¿lo esconde? Yo creo que no. Porque lo que cada luchador representa en el ring, es su verdadera esencia, y al tener la máscara puesta, sienten la confianza de ser los héroes que realmente son”



“Sin olvidar que viven de los aplausos de los aficionados, y estos, son para el personaje que se sube al ring, para el bueno o para el malo, para el rudo ó para el técnico. Ahora hablemos de los días de lucha libre, siempre, y sin lugar a dudas son días de fiesta, en cualquier arena donde se realiza un evento de esta índole. Ya que la lucha libre, con todo lo que conlleva es un verdadero fenómeno, y esto lo hace un caos, un espectáculo barroco plenamente organizado, que al verlo nos deslumbra con su abigarrado contenido de significados”

Darío Ibarra fue como muchos, un sujeto al que de niño la lucha libre lo atrapó para nunca más soltarlo. En una ocasión saliendo de una arena, compró una máscara, se la colocó e inmediatamente una señora con un niño en brazos se le acercó solicitándole una foto para su pequeño. Darío expresó que él no era luchador, sin embargo eso no le importó al niño que en él vio a un héroe de las películas.



Ibarra tuvo su primer encuentro con el poder de una capucha que lo convirtió en “algo que yo no era realmente” ¿o sí?, “Ahora que lucho profesionalmente mi máscara es uno de mis bienes más preciados. Cualquiera que me ve en la calle y me saluda no se imagina que al ponérmela me transformo en otro. La máscara me transforma. Dejo de ser yo, para convertirme en un gladiador. Con la máscara puesta pierdo mi identidad, en ese momento sólo soy un luchador que busca vencer al oponente”

“En una ocasión la esposa de uno de mis alumnos injurió al personaje que encarno cuando me pongo la máscara. Al terminar la lucha se me acercó y me dijo: <>. La máscara nos transforma. Es una suerte de esquizofrenia deliberada. Es como si voluntariamente decidiéramos tener personalidad múltiple. Al usar la máscara dejamos atrás a nuestro yo. Nuestro alter ego toma el control y, a partir de ese momento, dejamos de ser responsables de nuestros actos. Ese es uno de los misticismos de la máscara”

El primer luchador que cubrió su rostro fue “El Enmascarado”, un estadunidense que en 1934 se presentó en la viaja Arena México para enfrentar a David Barragan. Pero en 1933 había aparecido Jim Atts quien utilizaba un antifaz. “The Marvel Mask” (La Maravilla Enmascarada) Mckay irrumpió en las arenas mexicanas para Noviembre de 1933.

Jesús “Murciélago” Velázquez fue el primer mexicano en usar una máscara, misma que perdería ante Octavio Gaona. Yanet Sánchez escribe que “El antropólogo e investigador universitario, Juan Luis Ramírez Torres, cuenta que por los años 60’s y 70’s, los que se enmascaraban eran principalmente luchadores que emigraban de provincia a la ciudad de México. Para ellos, el hecho de no mostrar su rostro era una manera de defenderse de la discriminación por su origen indígena, su tono de piel y sus rasgos”

“Regularmente, usaban una máscara que denotaba fuerza y esto les permitía “reivindicar” su imagen y personalidad,”, lo cual resulta en un tema digno de investigación particular. En entrevista con la también psicóloga Cinthia González, los datos recolectados son por demás interesantes. “Las máscaras son objetos utilizados desde la antigüedad. Son un arquetipo, forman parte del inconsciente colectivo. Ya que en muchas culturas antiguas las máscaras representaban seres sobrenaturales, ancestros, retratos, figuras reales o imaginarias. La razón de ser de una máscara, es que será habitada por los espíritus”





“El cambio de identidad en el usuario de esa máscara, es vital, porque si el espíritu representado no reside en la imagen de la máscara, el ritual en el que se use, será poco eficaz, y las plegarias, ofrendas y peticiones, no tendrán significado ni sentido. Las máscaras pueden funcionar para contactar poderes espirituales de protección contra las fuerzas desconocidas del universo. De la misma forma en la que los ancestros utilizaban las máscaras el luchador usa su máscara y su atuendo ya que en su inconsciente colectivo sabe que contactará con poderes sobrenaturales dentro de su ritual conformado por la música sus propios movimientos, palabras y la personificación del personaje”.



El luchador es el superhéroe mexicano, la música Surf, tiene a su propio paladín, y se llama: Sr Bikini, pero ¿De dónde viene?, realmente ¿quién es?, a través de la incógnita, Big Máscara (miembro de Sr Bikini) sonríe y relata. “Nosotros buscábamos una identidad para la banda, mucha gente piensa que se toca Surf y uno se pone máscaras porque en las películas del Santo se tocaba Surf, y eso es una mentira eso nunca ha pasado, la mayoría de los grupos de Surf basaban sus uniformes,”

“No sé por qué, decían que se disfrazaban para suplir su carencia de letras, realmente no hay una fuente fidedigna de esto, tal vez sólo sea un debraye, no me consta, la mayoría de los grupos traía uniformes muy vistosos y en los 80 cuando hubo un revival, pues se vestían como en las películas de serie B ,ya en los 90 nosotros buscamos algo diferente, pensamos en el cine de luchadores, con más de 150 películas en nuestro país, nos dimos cuenta que la máscara del luchador emulaba no sólo una época sino una edición cultural y aparte la máscara del luchador era reconocida en todo el mundo”.

“Hay muchos récords que leí en un librillo, que según se han vendido más figuritas de plástico del Santo, que todo lo de Star Wars, en Francia en las escuelas de cine le dedican buen tiempo a estudiar las del Santo, que en el Líbano hay un cine con una estatua de bronce del Santo, te das cuenta que culturalmente la máscara del luchador ha trascendido la frontera mexicana, pensamos que la máscara del luchador define a un pueblo que aún no define su propio rostro”.

¿En verdad México es un pueblo que aún no define su propio rostro?, ¿Es necesaria esa definición?, ¿No serviría solamente cómo un estereotipo restrictivo en todos sentidos?, la multiculturalidad de nuestra nación apoya el “definirse es limitarse”, y entre rudos, técnicos, extremos y clásicos, hay que dejar que, apoyado en su pasado, la magia de las máscaras conquiste el presente.

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